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Gilda

Se llamaba Miriam Bianchi, fue maestra jardinera y desde niña soñó cantar sobre un escenario. Lo logró de grande, sin saber que se transformaría en un boom. Fallecida trágicamente a los 34 años, ascendió a la categoría de leyenda, venerada por miles de fans. Para septiembre está previsto el estreno de una película con Natalia Oreiro –No me arrepiento de este amor– basada en su vida. Su historia nos sigue fascinando.

20 años sin Gilda

ARTISTA, PASIÓN Y MITO: TODO ESO FUISTE
http://www.gente.com.ar/  - 17/07/2016

Una imagen icónica de la inolvidable Gilda, que sirvió para la portada de su disco Corazón valiente, todo un éxito. La Argentina no deja de amarla.

Es un mito nacional. Una santa. Un ícono que, en los 90’, llevó la cumbia a los boliches que supieron ningunearla. Es una sonrisa eterna, gardeliana, de esas que resisten todo embate del tiempo. Son sus ojos diáfanos, brillantes, el marco ideal para una voz melodiosamente recordable. Es el aura que le adivinan sus fieles, que se cuentan de a miles, esa luz que sólo Gilda es capaz de irradiar desde una foto en la pared.

Van a cumplirse dos décadas de la muerte de Miriam Alejandra Bianchi, el ama de casa que cantaba para ser feliz, y aún duele su absurdo final, el de aquel 7 de septiembre de 1996, cuando un accidente automovilístico en la Ruta 12 no le dejó cumplir 35 años. Fue sutilmente hermosa, amada, ignorada, incomprendida, exitosa, sufrida, feliz, presa, libre, divinizada, todo a la vez, en una corta vida que duró lo suficiente para nunca olvidarla.

Porque, sí, cada día, en algún rincón del país, alguien está escuchando una canción de Gilda. Y la sabe de memoria, frase a frase, gracias a que su arte tuvo la excepcional virtud de penetrar en las entrañas del pueblo. A Gilda y su mito no le falta casi nada: postales, medallitas, posters, discos, remeras, vasos de plástico, vinchas, estampitas... Su rostro se multiplicó exponencialmente en las últimas dos décadas, por amor y por negocio, como suele suceder en estos casos. Pero faltaba algo: una película definitiva, que contará la historia detrás de la leyenda y retratará a la estrella bailantera –más naif que sexy, más cantante que show-woman– y a la tierna maestra jardinera que supo ser. Ya está lista, con Natalia Oreiro como protagonista, y se estrenará el 15 de septiembre. Saber quién fue Gilda –la que se hacía llamar Shyll desde su adolescencia– nunca será tarea sencilla. Aquí, apenas, unos esbozos.

DE PUÑO Y LETRA. 

“La vida no siempre regala. Esa es la estrella de los elegidos, que pueden tener lo que desean con sólo pedirlo. Los demás debemos lucharla con uñas y dientes, y demostrar en cada acto la fuerza interior que nos acompaña, aunque nos sintamos despreciados, humillados y hasta denigrada la dignidad a lo más insoportable... Moraleja: nunca bajar los brazos. Uno nunca sabe cuándo va a estar bien abajo y cuándo bien arriba”.

Ni especial ni única. Ella, lejos de sentirse una elegida, descargaba su angustia en diarios íntimos, sacados a la luz en el libro Gilda, la abanderada de la bailanta, de Alejandro Margulis. ¿Cómo imaginarse que, años después, su imagen santificada se pasearía por pueblos y ciudades, para mitigar las angustias de los otros, sus humildes y abnegados seguidores? Cantar fue el bálsamo de sus horas tristes. Había nacido el 11 de octubre de 1961 en Villa Devoto, hija de Isabel “Tita” Scioli (cantaba y tocaba el órgano en la iglesia y era prima del ex gobernador) y Omar Eduardo Bianchi (empleado municipal). Cuatro años después llegó Omar, su único hermano, luego padrino de su hija Mariel. No es extraño, entonces, que por influencia materna a los cuatro años Miriam se interesara por tocar el piano. Y que a los ocho estudiara danzas, poco antes de mudarse a Villa Lugano.

Pero lo suyo era cantar. Tenía una voz dulce de mezzosoprano y un variado gusto musical. Su papá, incluso, le regaló un micrófono de madera, para que imitara a sus ídolos. La guitarra sería su gran compañera en la adolescencia, cuando le tocó transitar el primer trago amargo de su vida: tras sufrir un ACV, don Omar quedó con la mitad del cuerpo inmovilizada. Fue en ese tiempo que, por gusto personal, empezó a firmar “Shyll”. Así le gustaba que la llamaran. Quiso ser veterinaria, pero finalmente siguió la carrera de maestra jardinera, aunque también se recibió de profesora de Educación Física. Y trabajó activamente junto a su mamá para abrir un jardín de infantes, en Devoto, y colaborar con la alicaída economía familiar. No había, en aquel tiempo, grandes indicios de que Miriam se convertiría en artista. Mucho menos, en un fenómeno social. Pero persistía en el canto, en especial frente a sus alumnitos, sin animarse aún a probar suerte. En 1980, a sus 18 años, falleció su padre. Mientras, su oculta vocación iba aflorando, poco a poco.

MUJER DE SU CASA. 

Miriam se casó en marzo de 1984. Había conocido a Raúl Cagnin un año y medio antes, en el boliche Bamboche, sobre la avenida Rivadavia, en Flores. Tras la luna de miel en Carlos Paz, se dedicó a una típica vida de ama de casa. Aunque había abandonado el jardín de infantes por discusiones con su madre, la llegada de Mariel, en 1985, completaría el soñado cuadro familiar.

“Sos una gota de miel en la amargura / sos una voz melodiosa en el silencio / sos la esperanza de un mañana / en el atardecer”. Gilda, conmovida, le escribió esas líneas a su hija. No pocas veces se animaba, además, a ponerles música a sus pensamientos. Y los grababa, a la vieja usanza casera, frente a la casetera. En 1988 llegaría Fabrizio, segundo y último hijo. Y a pesar de la alegría, esa vida hogareña –para ella rutinaria, previsible, sin demasiadas ambiciones– la iría aplastando. La vía de escape, siempre, tenía que ver con el canto y con la fantasía postergada de subirse a un escenario para compartir su talento.

En 1990, no obstante, Shyll se animó a dar un paso más: advirtió un aviso en un diario, en el que el tecladista Juan Carlos “Toty” Giménez buscaba una vocalista. Se presentó al casting, cantó, convenció, y Toty –que solía acompañar a los grandes de la incipiente movida bailantera– comenzó a apadrinarla y, según se dice, a ser mucho más que un simple amigo. Antes de abrirse a la fama como solista, tuvo dos intervenciones no muy conocidas: doblaba la voz de una de Las Primas, y compuso La playa tropical, uno de los hits que Flavia cantaba en La Ola está de fiesta. La breve carrera artística de Miriam Bianchi estaba amaneciendo.

"YO SOY GILDA"

La primera formación en la que participó, de breve trayectoria, fue La Barra: en 1992 debutó en Palmera Bailable, de zona Norte, y al día siguiente tocaron en Terremoto, de Once. Toma y Mi caprichito se llamaron los primeros temas que entonó la flaquita de voz dulce y maneras suaves. Lejos de la voluptuosidad que Lía Crucet imprimía a sus shows, y sin el tono insinuante de Gladys La Bomba Tucumana, Gilda generaba otra atmósfera. Hechizaba con la voz. Por entonces el influyente empresario José “Cholo” Olaya la rebautizó Gilda.

El peruano, dueño de Clan Music y manager de varios artistas, la incluyó en una nueva banda, Crema Americana. Con ellos grabaría su primer disco. En 1993 llegaría el primero solista: De corazón a corazón. Aparecieron las giras agotadoras por el interior, incluso a Perú y Bolivia. Pero fue en 1995, con Corazón valiente, su cuarto álbum, cuando terminaría de convertirse en un boom, con cinco shows por fin de semana.

Poco antes su marido sufría, al igual que su padre, un accidente cerebrovascular. “Necesito estar bien. Me debo obligar como si fuera un chico. Si no, me voy a enfermar. Debo ser feliz. Yo puedo, porque tengo la habilidad de ser mágica. Siempre me invade esa sensación cuando hago un show... Soy capaz de enterrar todas mis tristezas, y en un segundo me convierto en la Mujer Maravilla. Y puedo dar muchas cosas: alegría, fuerza, energía...

Después me espanto con los dramas otra vez”, escribiría.

En plena cima, un accidente en el Kilómetro 129 de la Ruta 12, en Entre Ríos, terminó con su vida aquel 7 de septiembre. Y también con la de su hija Mariel y su madre Tita. Tragedia. Siete muertos en total, contando a tres músicos y al chofer. La lloró un país, listo para cincelar su leyenda. Ya es santa. Gilda y su mito inabarcable se levantan cada día con nosotros, en cualquier rincón donde alguien entone sus canciones

 

Por Eduardo Bejuk. Fotos: Archivo Atlántida-Televisa.

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