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Gilda
El dia 7 de septiembre de 1996, un camión de origen brasileño salió de su carril y chocó de frente contra un ómnibus que transportaba a una banda de música tropical.
En el accidente falleció Miriam Bianchi, junto a su madre, su hija, tres músicos y el chofer. Fue el final de la vida de Gilda y el comienzo de un negocio perfecto y bastante bizarro que incluye discos póstumos falsos y proyectos cinematográficos truncos o desaparecidos.
DOBLE GATO POR LIEBRE
Apenas un año después, la compañía discográfica Leader Music editó el disco titulado Entre el cielo y la tierra, con algunos temas grabados por la vocalista antes de su muerte, del que se vendieron miles de copias. Fue una especie de collage sonoro, con apenas cinco temas en estudio, otros dos registrados en vivo y la participación de Tormenta, Antonio Ríos y el Grupo Green.
El producto se difundió con alto impacto: el productor musical y tecladista Juan Carlos “Toti” Giménez, dijo que los temas habían sido encontrados en el lugar del accidente, sobre la banquina del kilómetro 129 de la ruta 12. Era un casete en el que Gilda había grabado llamado “No es mi despedida”, como una escalofriante premonición.
En realidad, la creación no fue un presagio, sino el regalo de la cantante a un grupo de fanáticas que acompañaron a la banda durante toda su gira por Bolivia.
Para el trompetista Dani de la Cruz, la famosa historia del casete no fue más que un negocio inventado por Giménez, quien figura como autor de la canción. “Fue una cuestión de marketing”, asegura el músico peruano de la banda, que trabajó en La Nueva Luna, La Repandilla y que hoy forma parte de Damas Gratis.
En ese mismo año la discográfica organizó el “Tributo a Gilda”, un recital en el teatro Astros, cuya entrada se acondicionó como un museo dedicado a la ídola. Allí actuaron los mismos artistas que figuran en el disco, más el show de Los Gorilas, la nueva banda armada por Toti. “La entrada costaba 50 pesos y a los clubes de fans nos dejaron afuera”, recuerda indignado Claudio Milano, presidente del club “No me arrepiento de este amor”.
Otra discográfica, Magenta, también tenía su kiosquito preparado. Pese a que solo había editado el primer larga duración de la banda en 1993, sacó a la venta Un sueño hecho realidad, un disco en vivo donde la vocalista compartía escenario junto a Gladys “La Bomba Tucumana”, Daniel Agostini y Miguel “Conejito” Alejandro, entre otros artistas tropicales.
Pero tampoco era lo que se anunciaba: se trataba de una recopilación de temas de la etapa de Miriam como cantante del grupo Crema Americana. Ella nunca había cantado a dúo, pero los hermanos Kirovsky –a cargo del sello– lograron conjurar lo sobrenatural. En Estados Unidos agregaron sonidos de público en vivo, mezclaron las voces y posibilitaron el contacto con el más allá.
IMÁGENES PERDIDAS
Hay un documental de la productora Secretos Musicales, formada por un grupo de estudiantes de cine junto a Leopoldo Tiseira, sobrino del fallecido guitarrista. La Banda de Gilda retrata los años de la agrupación y critica con dureza a Toti Giménez. Se estrenó en el verano de 2007 en el hotel Bauen y no se ha vuelto a ver.
La película en la que actuaría Natalia Oreiro quedó en la nada. Pese a los anuncios realizados en los medios, ni el director Mariano Mucci, ni el productor Luis Barone comenzaron su trabajo. Allegados a la banda afirman que el film fue una iniciativa de Toti, pero que ahora los derechos están en manos de Fabricio, hijo de Gilda, quien ya cumplió 21 años.
MÚSICOS A LA DERIVA
Mientras tanto, María La Rosa la pasaba mal en Avellaneda. Su marido Raúl, que tocaba las tumbadoras en la banda, había muerto en el accidente. Ella se quedó sin una fuente de ingreso y con su hijo, Jordan, de apenas un año de edad. “Tuve que salir a trabajar y dejar a mi niño con los vecinos”, cuenta.
Como Raúl, el timbalero Manuel Vázquez llegó a la Argentina desde Perú para trabajar en la bailanta. En el choque sufrió una luxación de cadera y estuvo dos meses internado. Ahora está desocupado.
Gilda ya se había convertido en santa popular para los miles que creían en sus milagros. Los fanáticos montaron un templo en el mismo lugar del accidente con el fin de homenajearla, pero rápidamente se transformó en un gran puesto de venta de productos. “Los buscas siempre van donde se junta mucha gente. Parecía la feria de La Salada”, dice Carlos Maza, actual cuidador del santuario.
Edwin Manrique, bongosero de la banda, recuerda la única vez que se acercó al lugar: “Vendían estampitas y rosarios. Hasta alfajores con su cara”, rememora. Y dice que todo el mundo hizo negocios con el nombre de ella, todos menos los protagonistas de la historia.